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Limitaciones científicas
A pesar de estas tecnologías, ningún centro científico que vigila el
comportamiento del planeta imaginó las dimensiones de lo que iba a ocurrir. Y
aunque el Pacific Tsunami Warning
Center (Hawai), que vigila la aparición de
Tsunamis en el Pacífico, quiso alertar horas antes a los países asiáticos,
sus esfuerzos fueron infructuosos.
Para el National Earthquake
Information Center,
(Colorado), que vigila posibles terremotos en Estados Unidos, muchas víctimas
podrían haberse salvado si un sistema de vigilancia de tsunamis, similar al
existente en el Pacífico, hubiese sido instalado en el Índico.
La realidad es que estas catástrofes son más frecuentes en el Pacífico que en
el Índico: desde 1944, seis olas mortales han devastado Japón y media docena
el archipiélago de Hawai, así como una gran ola barrió el golfo del Moro, en
Filipinas, en 1976.
En el océano Índico los maremotos han sido menos frecuentes, si bien no son
desconocidos: en 1883, una elevación del nivel del mar
derivada de las erupciones del volcán Kratakoa
afectó a Sri Lanka.
En 1941, un terremoto desencadenó un tsunami que afectó a las costas de La India y en 1945 otro
temblor de tierra ocurrido al sur de Karachi provocó asimismo olas gigantes.
A pesar de esta diferencia de intensidad, está claro que un sistema de alerta
habría reducido el impacto del maremoto de diciembre 2004, pero es evidente
también que Indonesia, Sri Lanka y Tailandia no tienen los medios técnicos y
económicos de Estados Unidos, Japón o Australia para instalar un dispositivo
equivalente al que estos países han desplegado en el Pacífico.
Anticipar y prevenir
De todas formas, los terremotos siguen siendo imprevisibles para la ciencia,
ya que una cosa es saber dónde se va a producir un movimiento telúrico y otra
muy distinta es preverlo.
Las dificultades trascienden las capacidades tecnológicas alcanzadas: las placas
tectónicas sobre las que reposan los océanos y los continentes son bien
conocidas y sus movimientos están catalogados. Sin embargo, estas placas
están situadas sobre el magma, que no es otra cosa que roca derretida que se
encuentra a grandes profundidades del manto terrestre.
Los movimientos del magma son totalmente desconocidos para la ciencia en
virtud de las fuerzas que determinan su comportamiento, por lo que los
geólogos y sismólogos sólo pueden establecer
cálculos de probabilidad: un terremoto ocurrirá en esta región en los
próximos treinta años. Es lo que han hecho los científicos de la Universidad de
California.
Los datos históricos contribuyen a elaborar previsiones más exactas. Por
ejemplo, en el caso del sudeste asiático, ha podido establecerse que los
grandes seísmos ocurren cada 230 años en la región: los años 1797 y 1833 han
registrado episodios telúricos significativos y se cree que ha habido otros en
1500 y en 1300.
También se sabe que estos seísmos no vienen solos, sino en oleadas de dos o
más, después de los cuales reina tranquilidad durante casi doscientos años.
Los episodios más recientes parecen indicar que estamos en un nuevo ciclo de
actividad telúrica.
El terremoto de Singapur ocurrido en junio de 2000 (7 grados) y el de Sumatra en 2002 (7,4), podrían ser los antecedentes del
de diciembre 2004, que alcanzó los 9 grados en la escala Richter.
Si esto es así, es posible que ocurra otra catástrofe equivalente en los
próximos 25 años y que todo vuelva a la calma en 2200.
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