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Simplemente té y tarta de piñones
No lo visitaba desde aquel lejano
día, hacía ya casi veinte años, cuando fue con sus amigos Rafael, Dolores,
Marta y Ascensión, en un viaje por tierras andaluzas. Aquel Parador lo
recordaba como un antiguo castillo en lo alto de una colina. Ahora le parecía
más pequeño, sobre todo los salones del interior. Se quedó en el más cercano a
la entrada y pidió al camarero un té con limón y una porción de tarta de
piñones. Mientras le servían, observaba el salón que había elegido para
sentarse, con sus paredes de piedra antigua y sus mesas y sillas de estilo
medieval. En la pared situada a su izquierda, se abría un amplio ventanal hacia
un patio lleno de macetas que conservaba un cierto estilo árabe. A su espalda,
se encontraba la puerta que daba entrada a otro salón del mismo estilo
reservado para los clientes del Parador. Este salón disponía de unos amplios
ventanales desde los que se divisaba la campiña, llena de olivos dispuestos en
rigurosas filas.
Pablo pensaba sobre lo que lo había
llevado hasta allí. La última conversación con Elisa lo había dejado más
confundido aún de lo que ya estaba. Ella sabía casi más cosas de su propia vida
reciente que él mismo. La explicación estaba clara. En el pueblo de Elisa, muy
pequeño, llegaban las noticias procedentes de la capital muy rápidamente.
Leonor, la cuñada de Pablo, era la encargada de transmitirlas. Desde que Pablo
se llevó a su hermana Marina a vivir a otro pueblo, Leonor no los había dejado
tranquilos. No podía consentir que su hermana tuviese una vida propia, lejos de
ella. La necesitaba de una forma enfermiza. Por ello, Pablo era su principal
enemigo. Durante años había conseguido ir enfrentándolos poco a poco,
desgastándolos, recurriendo a la lástima, a la pena... Con el tiempo, la
táctica de Leonor dio resultado y Marina ya confiaba más en su propia hermana
que en Pablo. Así que le contaba sus cosas, sus preocupaciones, sus
desavenencias con Pablo… todo lo cual alegraba sobremanera a Leonor que
rápidamente enviaba noticias al pueblo, a sabiendas que a través de Elisa,
llegarían a oídos de él.
Elisa había sufrido mucho con Leonor
y Marina, especialmente con la primera. Los choques fueron constantes,
especialmente con Leonor, pero ésta, había aprendido a utilizar muy bien a Elisa
para lo que le convenía. Y eso era ni más ni menos lo que hacía ahora con el
asunto de su hermana y su marido. Elisa sólo confiaba en Pablo y a él le
contaba todo lo que llegaba a sus oídos de lo que decía la gente del pueblo. Hasta
la propia Elisa había tenido muchos problemas en numerosas ocasiones con su
marido por culpa de Leonor. Donde estaba presente Leonor siempre había alguna
pareja con problemas. Con sus conocidos del pueblo, que no amigos, ocurría lo
mismo. ¿Qué tenía esa mujer para manejar a los que le
interesaba y hacer infelices a los que no se dejaban doblegar a sus caprichos?
Pablo repasaba sus pensamientos
mientras saboreaba el té y la tarta de piñones. Había cogido el coche y había
llegado hasta allí buscando aire y espacio en algún sitio. Podía haber sido
otro cualquiera, pero este Parador le recordaba otros tiempos lejanos que él
suponía ahora bastante mejores que el actual. Ni siquiera la lluvia intensa que
caía ese día en toda la región, ni el peligro de la carretera con ese temporal,
le habían persuadido de salir de casa y viajar. El viajar le producía cierto
placer. Era un viajero por convicción y muchas veces recurría a los viajes
cuando no se sentía a gusto. Pensaba por momentos que llegaría un momento en
que no aguantaría más y arrojaría la toalla. Había algo muy valioso que se lo
impedía: su hijo Pedro. Cuando pensó en él terminaron sus divagaciones. Apuró
el té y terminó la tarta, que estaban exquisitos, y por un momento creyó ver
que había muchas cosas por las que merecía la pena vivir, incluso esa bebida
verde amarillenta y esa tarta tan deliciosa. No merecía la pena dar más vueltas
al asunto.
Por el ventanal del salón vio que la
lluvia seguía cayendo con mucha fuerza. Pero no se arredró. Salió al patio,
cogió el coche e inició la vuelta a casa. El viaje, el té y la tarta, algo tan
simple como esas tres cosas, le habían hecho olvidar.
© Demetrio Calle Martínez
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