CIENCIA Y DOCENCIA

Páginas personales de Demetrio Calle Martínez

 

Simplemente té y tarta de piñones

 

            No lo visitaba desde aquel lejano día, hacía ya casi veinte años, cuando fue con sus amigos Rafael, Dolores, Marta y Ascensión, en un viaje por tierras andaluzas. Aquel Parador lo recordaba como un antiguo castillo en lo alto de una colina. Ahora le parecía más pequeño, sobre todo los salones del interior. Se quedó en el más cercano a la entrada y pidió al camarero un té con limón y una porción de tarta de piñones. Mientras le servían, observaba el salón que había elegido para sentarse, con sus paredes de piedra antigua y sus mesas y sillas de estilo medieval. En la pared situada a su izquierda, se abría un amplio ventanal hacia un patio lleno de macetas que conservaba un cierto estilo árabe. A su espalda, se encontraba la puerta que daba entrada a otro salón del mismo estilo reservado para los clientes del Parador. Este salón disponía de unos amplios ventanales desde los que se divisaba la campiña, llena de olivos dispuestos en rigurosas filas.

            Pablo pensaba sobre lo que lo había llevado hasta allí. La última conversación con Elisa lo había dejado más confundido aún de lo que ya estaba. Ella sabía casi más cosas de su propia vida reciente que él mismo. La explicación estaba clara. En el pueblo de Elisa, muy pequeño, llegaban las noticias procedentes de la capital muy rápidamente. Leonor, la cuñada de Pablo, era la encargada de transmitirlas. Desde que Pablo se llevó a su hermana Marina a vivir a otro pueblo, Leonor no los había dejado tranquilos. No podía consentir que su hermana tuviese una vida propia, lejos de ella. La necesitaba de una forma enfermiza. Por ello, Pablo era su principal enemigo. Durante años había conseguido ir enfrentándolos poco a poco, desgastándolos, recurriendo a la lástima, a la pena... Con el tiempo, la táctica de Leonor dio resultado y Marina ya confiaba más en su propia hermana que en Pablo. Así que le contaba sus cosas, sus preocupaciones, sus desavenencias con Pablo… todo lo cual alegraba sobremanera a Leonor que rápidamente enviaba noticias al pueblo, a sabiendas que a través de Elisa, llegarían a oídos de él.

            Elisa había sufrido mucho con Leonor y Marina, especialmente con la primera. Los choques fueron constantes, especialmente con Leonor, pero ésta, había aprendido a utilizar muy bien a Elisa para lo que le convenía. Y eso era ni más ni menos lo que hacía ahora con el asunto de su hermana y su marido. Elisa sólo confiaba en Pablo y a él le contaba todo lo que llegaba a sus oídos de lo que decía la gente del pueblo. Hasta la propia Elisa había tenido muchos problemas en numerosas ocasiones con su marido por culpa de Leonor. Donde estaba presente Leonor siempre había alguna pareja con problemas. Con sus conocidos del pueblo, que no amigos, ocurría lo mismo. ¿Qué tenía esa mujer para manejar a los que le interesaba y hacer infelices a los que no se dejaban doblegar a sus caprichos?

            Pablo repasaba sus pensamientos mientras saboreaba el té y la tarta de piñones. Había cogido el coche y había llegado hasta allí buscando aire y espacio en algún sitio. Podía haber sido otro cualquiera, pero este Parador le recordaba otros tiempos lejanos que él suponía ahora bastante mejores que el actual. Ni siquiera la lluvia intensa que caía ese día en toda la región, ni el peligro de la carretera con ese temporal, le habían persuadido de salir de casa y viajar. El viajar le producía cierto placer. Era un viajero por convicción y muchas veces recurría a los viajes cuando no se sentía a gusto. Pensaba por momentos que llegaría un momento en que no aguantaría más y arrojaría la toalla. Había algo muy valioso que se lo impedía: su hijo Pedro. Cuando pensó en él terminaron sus divagaciones. Apuró el té y terminó la tarta, que estaban exquisitos, y por un momento creyó ver que había muchas cosas por las que merecía la pena vivir, incluso esa bebida verde amarillenta y esa tarta tan deliciosa. No merecía la pena dar más vueltas al asunto.

            Por el ventanal del salón vio que la lluvia seguía cayendo con mucha fuerza. Pero no se arredró. Salió al patio, cogió el coche e inició la vuelta a casa. El viaje, el té y la tarta, algo tan simple como esas tres cosas, le habían hecho olvidar.

© Demetrio Calle Martínez

 

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