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Los amantes de Coín y Granada
Salió de
Granada, por la puerta de Elvira, sobre la media noche. El jinete espoleaba su
caballo a medida que dejaba atrás la ciudad, la Damasco de España, metrópoli de
todas las ciudades de occidente, capital del reino que fundara Alhamar, con sus
fuertes murallas, sus mil trescientas torres bermejas, palacios de encaje y
filigrana, jardines en flor, fuentes de cristal, con su blanco caserío
encerrado entre los ríos Darro y Genil, que se abrazan.
El
jinete, de nombre Abindarraez, abencerraje granadino, iba camino de Coín, donde
se encontraba su amor, la dama Jarifa, a la que había conocido al regresar de
una lucha con los cristianos. La visitaba a menudo, a pesar de los peligros del
camino. Cabalgó durante todo el día, y al siguiente, al caer la tarde, pasada
Loja y el camino que faldea la montaña de Archidona, en el paraje que hoy se
conoce como “Venta Cañada”, cayó preso de las tropas del Adelantado Rojas y fue
encerrado en una torre del castillo de Cauche.
Al
día siguiente fue trasladado al alcázar de Antequera y llevado a presencia del
alcaide don Rodrigo de Narváez que, en su juventud destacó por su pericia
militar en los campos de Baeza, en las cercanías de Alhendín y en las
conquistas de Zara y Antequera.
El
abencerraje, llorando, le dijo a don Rodrigo: No lloro ante la muerte, señor,
ni por ser tu prisionero. Lloro porque han truncado la ilusión más hermosa de
mi vida. Estoy enamorado de Jarifa, una doncella de mi raza. Nuestra boda debía
celebrarse mañana en Coín. Por eso lloro, yo que jamás temblé ante ningún
adversario.
Don
Rodrigo le escuchó atentamente y se mostró humano y compasivo. Además, quiso
poner a prueba la nobleza y el honor del joven granadino, para lo cual le dijo:
Si sobre el pomo de tu alfanje juras que, pasados tres días de tus bodas has de
volver a este alcázar para ser nuevamente mi prisionero, ve y celébralas.
Quiero hacerte ver hasta donde llega la hidalguía y generosidad de los
guerreros de Castilla.
-Así lo prometo, contestó emocionado
Abindarraez, partiendo a continuación al galope.
En
Coín lo esperaba inquieta su amada viéndole venir al fin por el camino de Cártama.
Las
bodas se celebraron durante tres días, según la costumbre musulmana, y al joven
le llegó la hora de volver a Antequera, según lo que había prometido.
Se
lo contó todo a su mujer Jarifa que enmudeció de terror. Pero pasados unos
momentos reaccionó y resolvió marchar con su esposo.
-He decidido unir mi esclavitud a la
tuya, arrastrarme contigo por las cárceles cristianas hasta que Alá sea servido,
pues más quiero la muerte que verme privada de tu compañía, dijo la joven.
Los
amantes fueron recibidos por Narváez en el alcázar antequerano. El joven
granadino le presentó a su esposa indicándole que ella había elegido compartir
sus prisiones y mitigar sus tristezas.
El
anciano alcaide escuchó atentamente y, tras meditar unos momentos, dijo: Eres
todo un hombre de honor, un caballero. Castilla, a los hombres de tu temple no
los encierra en la oscuridad de una torre. Al contrario, los exalta, los admira
y los da a conocer al mundo. Tu esposa y tú sois libres desde este momento. Un
salvoconducto mío garantizará vuestras personas de aquí a Granada o Coín.
Finalmente,
los abrazó y despidió como huéspedes de
honor, enternecido y emocionado.
© Demetrio Calle Martínez
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